Editorial
Las últimas decisiones de los gobiernos nacional, departamental y municipal, han estado acompañadas de mensajes en los que los funcionarios públicos intentan trasladar la culpa del estado actual de la pandemia al comportamiento de los ciudadanos y no, no es tan así. A los gobernantes les cabe la culpa tanto como a cada ciudadano que dejó de extremar las medidas.
Desde que en el mundo se empezó a hablar de la COVID-19, los epidemiólogos corrieron a sensibilizarnos sobre la importancia del lavado de manos, el uso correcto del tapabocas cubriendo boca y nariz y el distanciamiento físico, como las fórmulas que permitían, desde el fuero individual, alejar la probabilidad de contagiarnos con el SARS-CoV-2. Mientras en la esfera gubernamental, se establecieron las cuarentenas y confinamientos como las estrategias para evitar que los sistemas de salud colapsaran, ante la carencia de suficientes camas en las Unidades de Cuidados Intensivos, porque la enfermedad traía como complejidad la necesidad médica de respiradores mecánicos, cuando los pacientes se agravan. Esto sin contar que las UCI también deben estar dispuestas para atender otras patologías.
Finalizando el mes de marzo, en Colombia, entramos en un confinamiento que fue extremo los dos primeros meses y que para junio tuvo el primer desacierto gubernamental: el Día sin IVA. No nos cuesta recordar lo que pasó en el comercio aquel 19 de junio, jornada comparable en ventas a las de un 23 de diciembre. Entre 10 y 15 días después se empezó a hablar de un pico significativo en el país y de ahí en más, cuando permanecimos en lo que llaman una “meseta”, se empezaron a relajar las medidas. Claro está: no nos podíamos quedar encerrados, porque no había bolsillo que aguantara.
Mientras esto pasaba, los gobernantes dijeron una y mil veces que durante esa cuarentena estricta en el país, lo que se buscaba era ganarle tiempo a la pandemia y los esfuerzos se concentraron en adquirir e instalar camas y Unidades de Cuidados Intensivos donde faltaban o no habían. Colombia pasó de tener 5.346 camas de UCI en febrero del año anterior a 11.607 que se reportan a la fecha, un avance significativo, un gran esfuerzo que dejó de ser acompañado por decisiones preventivas porque estas pasaron a darle prevalencia a la “reactivación económica”.
El Gobierno Nacional emprendió una gran campaña para promover el consumo y propuso adelantar la prima para finales de noviembre y poco hizo en materia pedagógica para preparar a los colombianos para una Navidad que, a todas luces, se tenía que vivir de manera distinta. En municipios como Bello, Medellín, Envigado y Sabaneta las alcaldías no escatimaron en alumbrados navideños y en el caso bellanita se dispusieron tarimas en el perímetro del Parque Santander, entre otras actividades decembrinas y de final de año.
Los mensajes desde la institucionalidad fueron claros: “si ponen alumbrados y programan actividades es para ir a verlas” y por eso no faltaron las aglomeraciones. La ciudadanía en masa asumió que, como los gobiernos programaban festividades, ellos también podían hacerlo en sus casas. Estas situaciones terminan siendo reflexiones que podría hacer cualquier parroquiano, por eso unos y otros relajaron las medidas de bioseguridad, mientras el virus se colaba entre aglomeraciones y fiestas caseras, que, dicho sea de paso, han carecido de control policial.
La región y el país viven una situación calamitosa que ha obligado a tomar decisiones restrictivas que muy bien pudieron enfrentarse con medidas desde el mes de noviembre. Lo que vivimos hoy no es solo el resultado de las tres primeras semanas de diciembre, sino la falta de mensajes congruentes por parte de la institucionalidad, pero algunos gobernantes siguen repitiendo que de todas maneras la tasa de mortalidad no es tan alta y eso es muy fácil decirlo cuando no son sus muertos.
Con el que terminó hoy a las 5 de la mañana, se cumplen tres fines de semana de toques de queda continuo o cuarentenas, que han tenido como ingrediente adicional la desconexión entre entes gubernamentales. El mensaje se sigue escuchando, es cierto que cada uno de nosotros debió asumir otra actitud frente a la COVID-19, pero ante la incoherencia estatal, la responsabilidad tiene que ser compartida, no es solo nuestra culpa.
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