Por: Gabriel Ignacio Castrillón (Gabonacho)
Ser hincha de quien quiera. Empezar este mundial con el corazón vestido de unos colores que sí es posible que lleguen a lo más alto. Se parece a esos viernes de principios de siglo en los que Montoya iba a correr Mónaco. O como cuando Mariana está en el partidor. O como cuando Caterine pedía aliento del público antes de empezar su carrera. Pero mucho mejor, porque si Montoya pinchaba no podíamos volvernos hinchas de Schumacher; ver a Mariana con la de plata nos dio rabia y, por más empatía que haya con Venezuela, no es lo mismo Yulimar. No permite el corazón amar a los rivales.
Pero andar sin rivales por un mundial, es no odiar. Tener espacio de sobra en el corazón para mucho amor. Y más después de terminar el ciclo Pekerman y sentirse tan maltratado por Rueda. Es como volver a salir a discotecas con amigos después de una relación tóxica. Apertura total, sintonía con las vibraciones del mundo. Claro, la Selección sigue ahí y sabemos que en marzo volveremos a buscar la reconciliación. Pero este mundial es como irse de intercambio cultural al final del bachillerato y picar canapés extranjeros. Como un “hall pass” para entregarse a alguien más de manera temporal. Así como se sentía Escalona en las noches en las que prestaba el corazón por un ratico, pero volvía completo en la mañana donde la Maye. Un momento para locuras poliamorosas futbolísticas sin miedo al reproche social, sin ser presa de los celos. Pura promiscuidad futbolera.
En un despecho, el amigo, o la mamá, siempre consuelan con argumentos que se soportan en el destino, en el karma, el clásico “todo pasa por algo,” o el repetidísimo “después lo entenderás.” Pero ese después es ya. Eso de estar sufriendo por un equipo que nada tiene qué hacer frente a las potencias solo lograría hacernos perder el panorama de lo que empieza hoy. Se nos atravesaría el vendedor de papitas en el mejor momento del partido; nos perderíamos el último baile de una generación brillante y de la que se hablará mucho. Andaríamos optimistas con el grupo que nos tocó. Diríamos que perder con Francia se puede, pero que Dinamarca es ganable y ni qué decir de Túnez, que es el africano más flojo. Y sufriríamos. Haríamos cuentas. Volveríamos a echarle la culpa a algún árbitro y diríamos que sí fue gol de Barrios. Estaríamos coléricos porque Rueda convocó a James. O porque no lo convocó. Y mientras tanto, Messi, Ronaldo, Lewandovski, Bale o Modric serían invisibilizados por nuestra ansiosa y desagradecida colombianidad.
Disfrutemos pues la libertad de enviarle toda nuestra fuerza a un Lio que necesita la obra de Gazzaniga en su estantería para estar a la altura de Pelé, Diego, Ronaldo y Ronaldinho. Aprovechemos que no se paganizarán los rezos por un milagro para el equipo Luso que también quiere ver a Cristiano en el Olimpo. Celebremos que se vale creen en un Mbapé que quiere repetir o en un Van Dijk que busca el tan esquivo título para la naranja mecánica. Podemos ver fútbol, y no a las fichitas de Jesurún hacer lo que saben hacer cuando en ellos más confiamos.
Tener la oportunidad de hinchar por una buena selección no es un lujo que nos podemos dar siempre. Poder escoger equipo es algo que pasa pocas veces en la vida y qué bonito es escoger a uno que de verdad pueda ganar. Aunque yo de eso no sufra, porque me tocó el Deportivo Independiente Medellín.
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